Este fin de semana he tenido la suerte de poder asistir y participar en las Terceras Jornadas de Coaching Educativo, en las que se ha abordado el tema de la Psicología Positiva en la Práctica Docente, desde diversos puntos de vista.
En mi opinión, para poder aplicar esta práctica de manera certera y sin demasiado coste energético por parte de los maestros y maestras, es conveniente aprender a gestionar nuestras propias emociones y sentimientos de una manera adecuada, pues recordad que los niños y niñas aprenden más de nuestros gestos y acciones, que de nuestros dictados y teorías.
Un Maestro me enseñó hace poco que uno solo puede dar aquello que tiene. De manera que si queremos aplicar la Psicología Positiva en el aula, pero estamos sintiendo emociones negativas y no sabemos gestionarlas, nos va a resultar complejo el influir positivamente en los niños.
Para celebrar el Día Mundial del Maestro quiero compartir este sensacional cuento titulado "El Maestro Tibetano":
En una pequeña aldea de las montañas del Tíbet vivía un anciano monje muy sabio que se dedicaba a la docencia. Corría la leyenda de que, frente a cualquier situación, lograba siempre una magistral enseñanza.
Cierta tarde, mientras el anciano maestro estaba en el Templo con sus alumnos, un hombre irrumpió repentinamente gritando: – “¡Embustero! ¡Farsante! ¡Mentiroso!…”
Todos los allí presentes se sintieron de lo más incómodos ante aquella situación y esperaban a que el maestro respondiera a los insultos, impacientes por una nueva lección.
Mas no fue eso lo que sucedió. Nuestro monje esperó a que el desconocido dejara de gritar y se marchara. Sólo entonces decidió reanudar su curso como si nada hubiera pasado.
A la semana siguiente, volvió a repetirse la misma escena: el desconocido se acercó al Sagrado Templo y lo insultó de nuevo: – “¡Miserable! ¡Charlatán! ¡Canalla!…” – le gritó.
El maestro permaneció impasible en esta ocasión también.
Por tercera semana consecutiva aquel hombre volvió a acercarse al Templo y gritarle: – “¡Cretino! ¡Necio! ¡Majadero!…”
Los alumnos estaban cada vez más asombrados. Muchos de ellos se sintieron incluso decepcionados. Nadie comprendía que su Maestro aceptara semejante humillación sin hacer ni decir nada.
Sin embargo, y por algún motivo desconocido, una semana más tarde, el mismo hombre entró de rodillas en el Templo implorando clemencia: – “Perdón, Maestro, eres sabio y bondadoso, digno de admiración. Te pido disculpas pues alabo todo cuanto haces…”
Todos se quedaron desconcertados y sorprendidos ante tal cambio, sin embargo, el anciano monje tampoco reaccionó esta vez.
Uno de los alumnos, que creía ser más aventajado, preguntó al no poder contenerse: – “¿Por qué no dices nada, Maestro? ¿Por qué no te defendiste antes o te alegras ahora?
– Mi querido alumno -dijo el anciano-, escuché lo que el hombre decía, pero nunca me pareció que estuviera hablando de mí.
¿Cómo actuamos nosotros ante los insultos constantes? ¿Cómo nos gustaría actuar?
Deseo que este cuento os ayude a reflexionar.
Ciertamente. Lo que otro dice habla de el o ella, nunca habla de nosotros.
ResponderEliminarAsí es, Thalís! Por eso ante este tipo de situaciones, el silencio es una de las mejores opciones.
EliminarUn saludo.